El ritmo de las mejoras en tecnología bélica se multiplicó durante los grandes conflictos bélicos del siglo XX. Durante la Primera Guerra Mundial va a producirse el fin de la era de las armas de filo, y la consagración de la infantería y la artillería como armas esenciales. Nuevos tipos de arma, como el cañón howitzer, eran capaces de destruir cualquier tipo de construcción. El avión, con una década de vida, también pasó a formar parte de los ejércitos modernos, y fue protagonista de muchos campos de batalla, junto a las recién diseñadas unidades blindadas que reemplazaron a la caballería como unidad autopropulsada. En el mar, aparecen submarinos. Como característica del conflicto entre sociedades industrializadas, la escalada de armamento -que consiste en reproducir y contrarrestar cualquier avanzada del enemigo- llevó a la industrialización de la máquina de guerra, provocando una cantidad de bajas antes impensables.
La Segunda Guerra Mundial extrajo de la experiencia de la guerra de trincheras su aprendizaje: a las nuevas armas corresponden nuevas tácticas bélicas, como la blitzkrieg, que causarán la eventual derrota de potencias militares como Francia, aferradas a una concepción de la guerra trasnochada. Durante los 6 años de guerra siguientes se va a producir una vertiginosa competición tecnológica, que no sólo afectará a las tres armas del ejército sino que tendrá como objetivo a la población civil: De un lado, mediante propaganda -y la correspondiente contrapropaganda del enemigo-; de otro, organizando bombardeos masivos sobre grandes concentraciones urbanas, destinados no tanto a causar un daño al ejército enemigo como a paralizar por saturación las vías de transporte.
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